Mayrautora
¿Te quejas pero no resuelves?
No contagies ni te contagies de negatividad
Durante mis 22 años de vida laboral en el ámbito corporativo, los días se dividían en dos grandes bloques: el primero compuesto por juntas interminables en las que no se resolvía nada y el segundo, el dedicado a hacer mi trabajo a contra reloj por el tiempo ya perdido en la junta, acompañada de la tóxica letanía de todos mis compañeros compuesta de sus repetitivas y constantes quejas sobre su sueldo, su jefe, el exceso de trabajo, los horarios maratónicos, la falta de reconocimiento, los favoritismos de los cuáles no eran beneficiarios y por supuesto, un sueldo que fuera cual fuese, siempre les resultaba insuficiente. Y no exagero cuando digo que eran TODOS mis compañeros, porque en realidad era así: y luego se preguntaban por qué evitaba de todas las formas a mi alcance la conversación y la convivencia con ellos, PLOP…
En fin, que al escucharlos yo solo podía pensar en dos vertientes: “si te tratan tan mal y eres tan infeliz, ¿por qué sigues aquí?” y la segunda “¿por qué me lo cuentas a mí, qué esperas que yo haga, qué te compadezca y comparta tu miseria para que alimentes tu ego y tu mezquindad?... para ninguna de las interrogantes encontré nunca una respuesta.
Supongo que aplicaban esa de “mal de muchos consuelo de tontos”… cuánta mediocridad, pero sobre todo, que calibre de miedo de tomar decisiones para atreverse, moverse y evolucionar a una vida que se parezca más a eso de lo que se quejaban por no tener un día sí y el otro también. No había más que hacer con los quejumbrosos: o los evitaba o los confrontaba y francamente no tenía tiempo ni intención alguna de hacerla de psiquiatra, por lo que mi mejor arma fue “darles el avión” y resignarme a que de eso tendría que alimentar mis oídos gran parte de mi día… hasta que pagué el precio de elegir la condescendencia en vez de la proactividad, y mi perspectiva inevitablemente se comenzó a contaminar, empecé a pensar un poco igual, empecé a quejarme yo también… y justo llegó la pandemia y mis labores se trasladaron al esquema de home office, y fue hasta entonces que se cayó la venda que nublaba mi sentido común y pude tener conciencia de cuánto daño me había hecho alimentar mi cerebro con ese discurso prufundamente contaminante durante tantos y tantos años, y afortunadamente, al estar fuera de la oficina y reducir el contacto con los quejumbrosos, mi mente se fue limpiando y recuperé mi paz mental y la salud de mi perspectiva ante la vida.
Soñar es gratis, pero vivirse como la eterna víctima de la mala suerte, el universo que te odia, o el jefe que te sabotea no; eso sí te cobra un precio muy alto: una vida llena de metas inconclusas y sueños no cumplidos. Es más cómodo enojarte porque el de al lado tiene lo que tú has soñado siempre, que comprometerse a tomar acción para tenerlo tú también. No te quedes añorando, ni te estaciones en la queja eterna porque eso, solo te llevará a caminar en círculos que no te llevan a ningún lugar. Sustituye la envidia por motivación y la queja por acciones concretas. Y no olvides que una meta debe ser específica, medible, alcanzable, realista y con un límite de tiempo. No es fácil ni rápido, pero no hay falla si eliges ese camino.

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