No somos iguales
Cada cabeza es un mundo
Mi abuelo siempre decía: “cada cabeza es un mundo, y cada quien tiene su razón”. Efectivamente, aunque podamos tener coincidencias, jamás seremos iguales a nadie, porque cada vida y cada historia, es un universo aparte. Y es entonces cuando me invade la sensación de no encajar en ningún lugar, de no ser parte de nada, de no reflejarme en nadie, y hasta me pesa por momentos ser tan distinta a los otros y no poder identificarme con nadie más. Y luego pasa la magia: miro a mi esposo y a mi hija, y la soledad se aleja y la falta de pertenencia se esfuma. Entonces me siento profundamente orgullosa de ser lo que soy, pensar lo que pienso, y sentir lo que siento, porque gracias a ello tengo lo que tengo y estoy donde estoy.
Volteo entonces a mirar los rostros de la gente cuando van caminando por la calle, mientras manejan sus automóviles o viajan en el transporte público, y trato de adivinar en qué vienen pensando, cuáles son sus preocupaciones, sus sueños, sus dolores, sus anhelos; y en la mayoría de los casos sus miradas lucen vacías, perdidas, apagadas. Definitivamente mi Abuelo tenía razón: no somos iguales, y es inútil pretender lo contrario si ignoramos de forma displicente lo que cada persona trae en su corazón, su pasado, sus cicatrices, sus cargas, su cruz, y solo miramos lo evidente, de la misma forma en que en un iceberg solo es visible la punta, y la parte importante permanece oculta bajo las aguas del mar.
Juzgar, señalar y etiquetar, se vuelve entonces lo más inmediato, emitiendo opiniones vacías resultantes de especulaciones vagas y percepciones distorsionadas que ajustamos a la fuerza, más a nuestra óptica que a la realidad del individuo al que petulantemente pretendemos calificar.
Así que como dice el dicho: “Cuando las barbas de tu vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar”…
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