Mayrautora
Mi obligada y bendita transición al home office
La pandemia provocada por el COVID-19 trastocó el mundo y la vida de millones de personas alrededor de todo el globo; tan sólo en México, provocó un descenso en la fuerza laboral de 12 millones personas. De acuerdo al último reporte presentado por el INEGI, muchos trabajadores tuvieron que resguardarse en casa y esto obligó a las empresas, instituciones y empleadores a replantear su forma de gestionar; ante esto, el teletrabajo o home office, se les presentó como la alternativa para seguir siendo productivos y proteger la salud y el ingreso de su personal y sus familias.
En un análisis de 38 países realizado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), se reveló que México y Costa Rica son los países latinoamericanos con las jornadas laborales más extensas del mundo, posición que comparte con los índices de estrés laboral. En esta grieta, la decisión de migrar al esquema de home office, abrió nuevas posibilidades en el estilo de vida de muchos que, como yo, encontraron en este modelo los medios para equilibrar su vida personal con la profesional, al poder estar en casa con sus familias, ahorrarse horas de tiempo muerto y muchos litros de gasolina usados en trasladarse a sus oficinas, y hasta las miradas incómodas por atreverte a salir a tu hora como indicativo de flojera, falta de compromiso o no tener “puesta la camiseta de la empresa”.
Este nuevo modelo de trabajo, me volvió mucho más motivada, enfocada y productiva. Lo que en la oficina tardaba 4 horas en realizar, en casa he tenido que desarrollar nuevas habilidades para reducir el tiempo que le invierto, logrando ejecutar el mismo trabajo, con la misma calidad, hasta en hora y media. Me ha funcionado pensar en el tiempo disponible con mi hija como un gran motivador para “apurarme” con mi labor y tenerla a tiempo. Ahora soy mucho más eficiente, porque me enfoco en el resultado de mi trabajo y no en cumplir un estricto horario de oficina en el que el 90% del tiempo lo pasaba pensando cuánto faltaba para la hora de salir y preocupada en saber cómo estaría mi hija.
El secreto: una autogestión de mis recursos (tiempo, espacio y organización) que me permitiera aprovechar de una mejor manera el tiempo invertido cada actividad. Se habla mucho de la necesidad de una “nueva normalidad”, pero pienso que aún antes de la pandemia, el mundo estaba lejos de ser normal. El racismo, la discriminación a las minorías, el clasismo, la brecha salarial entre hombres y mujeres, el trabajo y explotación infantil, la falta de oportunidades para la juventud, el cambio climático, los feminicidios, los crímenes de odio… ¿de verdad queremos volver a todo eso?
La pandemia lo que hizo fue poner de manifiesto las enormes deficiencias, fragilidades y fisuras de la humanidad, a las cuáles nos acostumbramos, pero que de ninguna manera son normales. El mundo no puede ni debe ser igual que antes de esta crisis…

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