Mayrautora
Mayo roto
La ambivalencia de mi vivencia
Confieso que desde siempre, la celebración de este día, como la del 14 de Febrero, día del padre y todos los demás inventados por la mercadotecnia me caen en la punta del hígado. Qué flojera estar más preocupada por estar de queda bien, que por realmente darle un significado profundo a la celebración, conversando y conviviendo con los festejados sin que haya regalos inútiles o comidas ostentosas de por medio.
Y para colmo, a partir del 2012, este día me parte aún más la “madre" literalmente, pues justo fue en este día en que murió mi primer bebé… tenía que ser este maldito día.
Todo cambiaría el lunes 10 de agosto, a las 5 y cuarto de la tarde, cuando la piel de mi vientre era cortada por un bisturí, para que el primer llanto de mi bebita inundara con su potencia, la fría sala de hospital: ese dulce sonido anunciándome su llegada, marcaría mi espíritu de manera indeleble. Ese instante se detuvo el tiempo y el milagro de la vida se hizo presente para transformar mi vida de manera irreversible.
Tres años después de aquella infame y dolorosa muerte de mi primer hijo, el destino se reconciliaba conmigo a través del nacimiento de mi niña: aquella vieja herida del alma, al fin comenzaría a sanar. A través de sus enormes ojos negros, podía mirar la auténtica profundidad de la palabra “Amor”, y entendí, cuan poderosa podía llegar a ser esa palabra. El amor infinito de Dios, daba vida a través de mi cuerpo, en la materialización de un fruto perfecto del amor entre mi esposo y yo.
Ahora comenzaba la compleja etapa de adaptación. Tener en las manos la responsabilidad de una vida, no me fue nada sencillo. Nada más lejos de la realidad, que los cursis comerciales de televisión en donde la mujer peinada, rozagante y tranquila, sostiene con ternura a su sonriente y dulce bebé. No. En definitiva no es así. Esa versión romántica y rosa es irreal. Yo estaba angustiada, deprimida, cansada, ojerosa, hinchada, despeinada, ansiosa y muerta de miedo.
Ocho años después este día aún me sigue doliendo, por los abismos irreconciliables con mi propia madre, por la ausencia irreparable de mi primer hijo… pero con la diferencia de que ahora, en medio de este desierto vacío, hay un oasis cariño total y vínculo eterno, del que mi alma sedienta abreva paz, alivio, reconciliación y vida: una niña que le dio sentido y propósito a mi existencia, a mi dolor, a mi pasado, a mi futuro y que tiene entre sus pequeñas manitas, el poder de sanar mi alma y equilibrar mi espíritu.
Gracias Andrea por tu generosidad, al devolverme al doble cada gota de cariño. Gracias por la dulzura de tu sonrisa y la fuerza de tu mirada. Gracias, por el potente sonido de tu llanto y la encantadora melodía de tus risas. Gracias, por elegirme como tu Madre, un honor para el cuál me esfuerzo por ser digna de merecerlo. Gracias, por ser y existir, y materializar entre mis brazos el milagro de la maternidad…

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